¿Hasta cuándo? (Crónica desde el Pireo en Atenas)
Nancy Murph, miembra de la Asamblea Pro Personas Refugiadas de Córdoba
En julio de 2016 pasamos tres semanas en el campamento del Pireo, cerca de Atenas. Es donde llegan los barcos de las islas griegas, las cuales asociamos hasta recientemente con el turismo. Pero cuando empezaron a llegar personas refugiadas sin saber dónde ir surgió un campamento no oficial en los muelles del Pireo. En el momento de su ocupación máxima había alrededor de 4.000 personas. Cuando nosotros llegamos solo quedaban 1.500, número que fue disminuyendo con el proceso del desalojo hasta quedarse vacío el día 26 de julio. La mayoría de l@s refugiad@s eran de Siria o Afganistán. Much@s eran kurd@s (o como un joven nos dijo con ironía «de ningún lugar») y había gente de otros países como Irak, Irán y Palestina. Había mujeres solas con sus niños chicos, algún hombre solo con un hijo mayor y luego muchísimos jóvenes sin acompañar. Apenas había personas ancianas.
Aunque no nos chocó tanto nuestro primer contacto con el campamento (quizás porque íbamos bastante concienciados), realmente las condiciones eran lamentables. La gente vivía en tiendas muy precarias en el asfalto, algunas reguardadas del sol por debajo de una concurrida carretera que pasa por encima del muelle. Solo había alrededor de 20 servicios y 12 duchas para 1.500 personas y se les proporcionaba tres comidas diarias de muy mala calidad. De la limpieza de las duchas y del campamento se encargaba el estado, pero la distribución de las comidas, la ropa y artículos básicos de higiene (todo de donaciones) la hacían los voluntarios. La dueña de un restaurante cercano dejaba espacio a una organización (Khora) para preparar unos mil y pico de «wraps» al día, un suplemento no muy abundante pero por lo menos nutritivo.
Todas las actividades del campamento las organizaban las ONGs pequeñas, voluntariado independiente y refugiado@s. Entre algunas, había una espacio con actividades para la mujer, clases de inglés y actividades dirigidas a niñ@s de todas las edades, siendo principalmente lúdicas y creativas. No había ningún programa educativo, debido a la inestabilidad de la situación y el cambio constante de l@s voluntari@s que venían normalmente por un periodo corto de tiempo.
También fuimos al “almacén» de Elliniko, el estadio olímpico de baloncesto, un espacio cedido por el gobierno a un grupo de apoyo griego, donde se recogía ayuda humanitaria de todo el mundo, y se clasificaba para su distribución a los distintos campamentos de Grecia. Era realmente alentador ver tal cantidad de donaciones, fruto de la generosidad de la gente, y el trabajo del grupo de apoyo griego, Refugees Welcome to Piraeus, y la ONG española SOS Refugiados que participaron en su gestión. Dentro del mismo recinto de Elliniko, el antiguo aeropuerto de Atenas, había un campamento militarizado en un edificio de la terminal. Era exclusivamente de gente de Afganistán. No dejaban entrar a ningún voluntari@. Era una zona muy desolada, y había mucha tensión. También vimos momentos de tensión en el Pireo, sin embargo nos parecían muy pocos dadas las circunstancias tan límites y tan desesperantes en las cuales estas personas se encuentran, añadidas a los múltiples traumas de los que han huido.
El desalojo del Pireo no se realizó con ningún tipo de fuerza física, pero sí con mucha presión psíquica. Lo primero fue el desalojo del almacén de piedra donde alrededor de 400 personas vivían en tiendas resguardadas del sol. Con poco tiempo de aviso tenían que recoger sus cosas y subirse un autocar hacia un destino desconocido. Los que no querían irse tenían que sacar sus cosas muy a prisa, porque entró una grúa que fue echando lo que quedaba a contenedores basura. Unos días después desmantelaron y se llevaron la sala de espera que había servido de lugar de encuentro, para charlar o jugar al ajedrez y como aula de clases de inglés. El ruido del martillo hidráulico era insoportable, un claro mensaje que todo el mundo tenía que irse de allí. A lo largo del proceso del desalojo, ACNUR, cuyo cometido era de proporcionar información sobre los nuevos campamentos, apenas aparecían, y cuando sí, daban un mínimo de información, creando una sensación de incertidumbre e incluso miedo entre l@s refugiad@s.
La Cruz Roja tenían un puesto en el campamento pero se implicaron bien poco en las vidas y las necesidades de l@s refugiad@s, incluso sin inmutarse ante los frecuentes desmayos de un joven sirio que claramente padecía estrés post traumático por haber vivido conflicto directo, incluso torturas. Por otra parte, MSF sí lo atendieron un día cuando estaban realizando una campaña de vacunas para l@s niñ@s.
Fuimos un día a Skaramagas, otro campamento de la armada en un puerto cerca de Atenas. Fue militarizado y con mucha restricción respecto a quién podía entrar. Las condiciones de los contenedores viviendas eran mejores que las tiendas pero el entorno era muy deprimente, al lado de una carretera y sin ninguna zona verde. Las pequeñas ONGs organizaban actividades para los niños y estaban construyendo un centro comunitario.
También visitamos algunos de los varios edificios ocupados y autogestionados en Atenas, un colegio antiguo, un hotel que lleva 6 años cerrado que ahora alberga 400 personas y un pequeño hospital abandonado. Este último fue ocupado a raíz del desalojo del Pireo. Los «squats» no reciben comida del estado y, por tanto, dependen de las provisiones del almacén de Elliniko y de donaciones de gente local.
Se percibe una profunda tristeza en las personas adultas, ninguna esperanza de futuro y mucho sufrimiento por lo que han vivido. Tod@s vienen de situaciones de trauma y conflictos bélicos causados en gran parte por Occidente, han perdido sus casas, familiares, su trabajo, la vida que tenían. Vinieron en busca de un futuro decente y han sido abandonad@s, ignorad@s por la UE, forzad@s a vivir en la miseria, dependiendo de la caridad para cubrir sus necesidades más básicas. Aunque l@s niñ@s son menos conscientes de la terrible realidad de su presente y futuro, también se nota mucho la violencia y el trauma que han experimentado; much@s son muy retraíd@s, otr@s agresiv@s y lloran por lo más mínimo. Unimos esto a un largo periodo sin escolarización y nos quedamos con la sensación de que su desarrollo intelectual y emocional se ha truncado.
Como decía el tatuaje que se hizo en el brazo un joven hombre que conocimos: «For how long?» (¿Hasta cuándo?)